lunes, 24 de enero de 2011

OSVALDO DRAGÚN / FÁBULA HISTÓRICA


por Guillermo Jorge Alfonso y Fabio Bozzato
(Investigación creativa del Teatro De Lo Ausente)
22 de enero de 2011 / Revista ALIAS, semanal cultural del diario il Manifesto (Italia) / Especial sobre el Teatro Argentino


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“Hay que creer en lo que no existe. Hay que seguir peleando por eso”.
A propósito de Lo Ausente cito a Dragún, o tal vez, viceversa. (*)

Era como un astronauta que desafiaba a la gravedad traspasando la atmósfera, para hacer de lo imposible un suceso posible. Expuesto al vacío del espacio creativo y desarraigado de su país, fue también como se fugó del mundo...
Pero ese día, él fue sólo alguien del público... Y acompañado, entró en el Grand Splendid de Avenida Santa Fe el 14 de junio 1999 a las 18:20. Osvaldo Dragún se sentó a ver una proyección a la hora del atardecer, retirándose antes del final...
Porque el gran dramaturgo argentino murió en ese ocaso, entre una de las butacas de la sala de cine, fugándose entre luz volátil y oscuridad sonora, inmerso en imágenes de una inalcanzable historia, se difuminó.
Ochenta años antes Max Glucksman había decidido construir el Grand Splendid sobre las ruinas del Teatro Nacional Norte. Pidió a un artista italiano, Nazareno Orlandi, de pintar la cúpula grande y redonda que cubre las filas de la platea. La pintura era una alegoría de la paz para celebrar el fin de la Primera Guerra Mundial. Fue un triunfo académico de ninfas, ángeles y palomas.

“Invité a cenar a Osvaldo la noche antes de morir y se me acercó diciendo: - [Estoy mal, porque no baja el ángel...] - me dijo, el ángel le decía él a la escritura”.
Olga Dragún, la hermana, nos cuenta que así fue la última vez que lo vió.
“Osvaldo, que en casa todos llamábamos Chacho, no sólo fue dramaturgo, era un inventor de teatro, no solamente fue de historias”.
- Reflexiona - “Era un enamorado de la vida... Una vez lo definí como una tortuga. Viajaba con la casa en la espalda, siempre andaba por el mundo viviendo en casa de amigos”.

Y verdaderamente es certero que el dramaturgo fue de vínculos profundos. Ya se cuenta que ocho días después de su muerte, a la distancia, pero coincidiendo en las respectivas puestas de sol, los teatristas de Hispanoamérica y del Caribe celebraron un brindis por la vida. Así, con poco protocolo y mucha emoción, se despidieron del artista. La idea fue de los mexicanos. Los peruanos se reunieron frente al Pacífico, los argentinos en el hall del Teatro Cervantes. Y cada una de las ciudades fue como si bosquejaran una patria interminable. Aconteciendo un acto mágico de una unanimidad nativa irrepetible en el oficio, como el suceso fugitivo que es cada presentación.
Y desde un atardecer secuencial, fue como si todos se encontraran en la misma dimensión de tiempo, para despedirse de un hombre que supo llevar comunión también a lo cotidiano. (*)

Ahora, después de once años de su muerte, la editorial argentina Corregidor va a publicar las obras completas de Dragún con la curación de Osvaldo Pellettieri, uno de los principales críticos y historiadores de teatro Sudamericano, haciendo un homenaje a uno de los autores más importantes del continente. “Su obra durante cuarenta años está toda adentro de la dimensión política” - dice Pellettieri en su casa-estudio arropada de libros, todos perfectamente catalogados – “Escribió mucho Dragún marcando toda una época de activismo que se ha ido pero cuyas huellas aún son visibles”.

Osvaldo Dragún estrena en 1956 con “La Peste Viene de Melos” inspirada en el golpe de Estado en Guatemala, el mismo año continúa con “Historias para ser Contadas” una de sus obras realizadas en nueve idiomas. Tenía 29 años.
Era el encuentro con el Fray Mocho el teatro independiente, subversivo, en sintonía con el teatro brechtiano que trasgredía a la Argentina empaquetada y conservadora. El mismo Dragún lo cuenta treinta años después en 1987 cuando estrena su “Arriba Corazón” presentado por primera vez desde un teatro oficial, el San Martín:
“Fue una ideología del espacio, de la libertad. En el teatro realista una puerta era una puerta y todo tenía un sentido lógico. El Fray Mocho rompió con todo eso y abrió un mundo de libertad. Yo sentía que podía mirar el mundo sin tropezar con ninguna puerta, con ninguna ventana, entrar o salir por cualquier parte. El Fray Mocho fue una ideología de la libertad, que creo que todavía no ha sido estudiada en su verdadero valor”
.

Años más tarde diría: “Cuando estoy en Buenos Aires, empiezas a hablar con la gente y te dicen: [Tenemos que hacer lo posible] Yo creo que lo divertido es intentar lo imposible, creo que no se nació para lo posible, para eso pueden haber nacido las máquinas que el hombre inventó. El hombre nació para lo imposible, ha vivido toda la historia haciendo lo imposible”.  

Quizás por ese mismo ímpetu en 1961 comenzó un largo viaje, tocando muchos países de Sudamérica y los Estados Unidos. Llegó a Cuba, recién bautizada por la revolución de Castro. Y allí en 1962 llegó el primer premio internacional con "Milagro en el Mercado Viejo" que encantó a las Casas de las Américas. Lo que se repetiría en el 66’ con "Heroica de Buenos Aires" vista como un intento de recreación de Madre Coraje de Brecht, censurada y estrenada 18 años más tarde en la Argentina.
“Estaba inquieto. Y sin raíces. Un gaucho judío: esto ya explica todo. También su apellido Dragún nos lo cuenta. La familia del padre huyó de los pogroms en Rusia y para salvarse compró un apellido nuevo de un marinero a bordo del barco en que viajaban hacia Argentina”.
María Ibarreta mueve sus manos delgadas y sus ojos vivaces, hermosa actriz que hizo su debut a los cinco años, niña prodigio, comenzando una carrera que aún continúa en teatro, cine y televisión.
“...Él se sentía parte de un proyecto de transformación social de inspiración comunista. Pero tenía una amplitud de mirada que en la izquierda dogmática de la época era rarísimo. Con él aprendí otra forma de hacer teatro, de mirar el mundo. Al principio fue una gran pasión y después un íntimo amigo, un padre, un maestro”.

- Se detiene y toma mate, continuando:
“Mi relación con Osvaldo duró hasta que me deshice de ochenta y seis cajas pequeñas: libros, documentos, cosas de infancia, hasta el carnet del Partido Comunista. Cosas que él había dejado en mi casa también después de que él se fue. Entregué todo a la UBA (Universidad de Buenos Aires). Algo fuerte nos unía, también después de que nos separamos. Una larga relación, aunque Osvaldo era de mujeres... Pero cuando estuvo muy enfermo, casi nadie pudo entenderlo, quizás sólo pude yo hacerlo”.

“No porque sea mi hermano, pero realmente fue la persona más inteligente que he conocido en mi vida” - lo describe su hermana Olga - “Osvaldo era especial, y muy sensual, que fue algo que me enseñó a reconocer, su sensualidad era una prueba de su curiosidad, su libertad, su flexibilidad en el vivir, en el crear. Era un hombre profundamente libre. Y quizás por esto también Cuba despúes la sintió sofocante”. 

María Ibarreta continúa divertida por las anécdotas:
“De su última visita a La Habana en los años 90’ recuerdo que estaba encantado con la santería y que a mí me parecía como otro Osvaldo, porque todo su pensamiento marxista de hierro, a la mierda se fue”
– su carcajada desata las nuestras -.
“Estuvo enfermo y por eso decidió regresar, sentía que tenía que cerrar algunas cosas importantes, sanarse, reencontrarse con su familia. En los últimos años de su vida escribió obras que hablan de ese otro Osvaldo, su voz era consigo mismo, ya no hablaba a su público”.
("El Delirio", "La Soledad del Astronauta").

En este punto, debemos recapitular. De 1976 a 1981 Dragún estaba otra vez fuera de la Argentina, escapaba de los militares y alimentaba su creatividad. Marcó en profundidad su idea de teatro íntimamente latinoamericano. Utilizó el grotesco como una puerta abierta en un imaginario único y antiguo, otra tecla de sensibilidad de lenguaje y de fuerza conspiradora. 
Él mismo lo explicó a la revista La Comunidad mientras residía en Los Ángeles en 1985:
“Sólo el tercer mundo puede producir un absurdo tan vital y comprometido como el grotesco. Europa, con un destino ya trazado y ya de vuelta, produce el absurdo de sus intelectuales. Pasivo. No comprometido. Minoritario. Pero América Latina, nebulosa irracional en busca de su destino, sólo podía producir, a través de su grotesco absurdo, todo lo contrario: un género activo, comprometido, anarquista, popular, vital. Si para el absurdo Europeo nada tiene sentido, para el absurdo Latinoamericano nada tiene tampoco sentido, pero igual hay que pelearlo, lo que significa haberle encontrado un sentido: la rebeldía”.
 

En el momento de esa entrevista la democracia había regresado a la Argentina. Y él había dejado una huella imborrable.
Tito Cossa, gran dramaturgo y amigo de Dragún, que lo ha descrito como “el más importante y vital de los provocadores en materia organizativa”(*), nos cuenta todavía sorprendido por la experiencia de Teatro Abierto:
“No pudimos trabajar en los teatros oficiales, en la radio y la televisión, todos fuimos expulsados. El ejército eliminó la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo, en el Conservatorio Nacional. La idea del Teatro Abierto nace de Osvaldo que era un enfermo de creatividad. Nos reunió y dijo: [Acá somos veintiún agrupaciones, vamos a presentar muchas obras breves y con muchos actores] - Empezamos en una sala de periférica. Pero un día un grupo de desconocidos la destruyó con una bomba incendiaria. Nos reunimos en asamblea: 19 salas de teatro nos ofrecieron un espacio, 110 pintores nos donaron obras para vender y pagar las deudas. Elegimos una sala en Corrientes que se dedicaba siempre al varieté. Fue un éxito enorme, el público en filas por las calles y con clamor internacional. Los militares se sorprendieron y no reaccionaron, nos amenazaron, pero nosotros trabajábamos con precaución”.

Era el año 1981. El experimento se repetiría dos años después hasta el regreso de la democracia. Teatro Abierto fue una fábrica de obras y de resistencia de masas. Allí se encontró una generación de dramaturgos argentinos, apoyados por Ernesto Sábato y Adolfo Pérez Esquivel, entre otros.
En el fin del Proceso militar se abrió una nueva temporada cultural. Y para Osvaldo Dragún fue la enésima fuga. En Cuba creó y dirigió la Escuela de Teatro de América Latina y el Caribe. Y continuó experimentando.

Su hermana que trabajaba como investigadora de física nuclear nos cuenta:
“Él empezaba del caos total, desestructuraba toda la situación, desde los actores, al texto. Del caos podía amanecer el orden y la belleza, me decía. Esto me detuvo e impresionó porque me resonó a la teoría del caos en la física... Sin dudas, era su sabiduría”.

Y María Ibarreta: “¿Cómo trabajaba Osvaldo?... Visualizaba, entraba a su mundo. Tenía su ritual como un chamán, se sentaba y le encantaba tomar su ron, comenzaba a escribir, dibujaba las escenas y fumaba muchísimo, preparaba su viaje para abrir los canales de la creación y de las imágenes en las que aparecía la obra… Eran tan originales sus obras, que nunca encontraba directores capaces de traducir ese espíritu en escena, su mundo, su imaginación. Sólo Oscar Ferrigno lo entendió”.

 En 1996 finalmente decidió regresar aceptando la dirección del prestigioso Teatro Nacional Cervantes. Fueron tres años de trabajo áspero. Programación, enfrentamientos con la burocracia, relaciones con las instituciones entre sus estatutos y reglas: “Él era libre, nunca trabajó con alguien en la cabeza y mucho menos con las instituciones. Ese trabajo le quitó la energía. No escribía. Se enfermó”. Concluye su hermana.

Sentándose en la butaca de un teatro, sin interferir escena, como si los ángeles pintados en la cúpula bajaran a buscarlo para juntos dibujar su última escena, se desvaneció su persona entre rastros de un teatro ya con atuendo de cine. Meses más tarde, florecería una de las librerías más bellas del mundo el Ateneo Grand Splendid. Sincronizándose no sólo tiempo y espacio, sino también pasiones: imágenes contenidas en palabras, tal vez desafiándonos incógnitamente con un imposible hogar. 


“Yo siempre viví en islas; Cuba lo es, el teatro Fray Mocho también lo era. Ojalá que alguna vez todas estas islas constituyan el continente de la creatividad y de la magia.” (*)
 

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- Agradecimientos: Olga Dragún, María Ibarreta, Alberto Wainer, Tito Cossa, Osvaldo Pellettieri, GETEA (UBA), Elio Gallipoli, Marcelo Lorenzo, Delfina Fernández, Alberto Martínez, Patricia Fischer, Lesley Foster, y a todos del Teatro De Lo Ausente.

(*) Párrafo o expresión agregada posteriormente a su publicación primera.

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